La Peregrinación nos ofrece la posibilidad de reencontramos con nuestra propia historia cristiana, nuestra realidad transitoria en este mundo. Pero la nota característica es la forma festiva y gozosa de estas peregrinaciones, que ha de recordarnos que nuestro peregrinar hacia Dios no debe, ni puede ser lastimoso ni triste.
Así pues, las peregrinaciones favorecen la práctica de los valores cristianos, estimulan un culto integral a Dios: ver, oír, cantar, escuchar, tocar, convivir, etc. Nos dispone a ser agradecidos y ante todo nos recuerda nuestra común subsistencia y la necesidad de una salvación
Para la Iglesia Católica, además de esto, la peregrinación cumple con un sentido social: Manifestar públicamente la pertenencia a la Iglesia y el amor Dios y la devoción a la Virgen María o los Santos.
Pero, la Iglesia no es la única que realiza peregrinaciones, esto también sucede entre los judíos, los musulmanes, los budistas, etc., y los valores constantes son: la purificación, la renovación y la iluminación.
En cuanto forma de piedad, el peregrinar constituye para el creyente una experiencia de oración que evoca aquel status viatoris, y supone por tanto una actitud de penitencia, de desasimiento, de distancia respecto de preocupaciones o atractivos terrenos. Con frecuencia el peregrino acude al santuario pidiendo una gracia particular.
En síntesis: el visitante -creyente- accede al destino motivado por vivir una experiencia espiritual de acercamiento a Dios que se expresa a través de:
- La peregrinación desde su lugar de residencia habitual al destino como un acto de afianzamiento de la Fe.
- El retiro espiritual en el santuario erigido en el destino.
- La participación en algún evento religioso.