Los santos no son personas diferentes de nosotros, en todos los tiempos ha habido santos, unos niños, otros jóvenes o adultos, hay santos y hay santas, muy inteligentes otros muy sencillos, algunos muy ricos, otros muy pobres, unos han sido santos desde pequeños, otros llevaron una vida mundana, pero cuando se encontraron con Jesús, cambiaron y decidieron ser felices siguiéndolo. Todos estamos llamados a ser santos, Dios nos quiere santos, y para eso nos dio el Don de la Fe, que fue su regalo cuando nos bautizaron. Ser santos es querer seguir a Jesús, actuar como él, hacer el bien como él, amar como él. Ser santo es ser amigo de Jesús.
San Agustín fue un gran santo que decía: «Señor, nos creaste para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti». Decía también: «Ama y haz lo que quieras», porque sabía muy bien, que cuando se ama a Dios se hace sólo lo que le agrada.
Los santos, o sea los que ya están en el cielo, se les veneran porque son:
Modelo: Viendo lo que ellos hicieron para ser amigos de Dios, nosotros los podemos imitar.
Estímulo: Para luchar como ellos para gozar de la herencia a la que todos estamos llamados.
Intercesores: Porque podemos recurrir suplicándoles que hagan valer su amistad con Dios. El Papa Juan Pablo II nos ha invitado a vivir la santidad muchas veces y nos dice que para ser santos hay que Orar, frecuentar los sacramentos, escuchar la palabra de Dios, reconocer nuestra pequeñez, no dudar del amor de Dios y estar dispuestos a recibir sus gracias.