- Como virgen. Las Sagradas Escrituras nos cuentan que el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María, cuya respuesta fue: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el Espíritu Santo, que es Señor y dador de vida, es enviado para fecundar el vientre virginal de María. Los relatos evangélicos presentan pues la concepción virginal como obra divina que sobrepasa toda lógica humana: «Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo», le dice el ángel a José porque María ya era su prometida. (Mt 1, 20).
- Como esposa. Ella es esposa del Espíritu Santo, que hace que conciba al Hijo del eterno Padre en una humanidad tomada de la suya. La relación de la Virgen María con Dios, con las tres divinas Personas, es tan única, tan sublime, tan inefable, que Ella es llamada “la Madre de Dios Hijo, la hija predilecta de Dios Padre y el templo del Espíritu Santo”. Dios Trinidad, enviando al ángel Gabriel, le pide a María aceptar que, por su medio, la segunda divina persona de la Santísima Trinidad asuma la naturaleza humana. Ella sin dudarlo un instante se pregunta cómo aceptar o colaborar con la divina voluntad, y la respuesta se da mediante el poder del Espíritu: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc. 1, 35) es por esto que el Espíritu Santo se considera el esposo de la Virgen María.
- Como madre. El Espíritu Santo acepta la decisión trinitaria de unirse y atarse a María para que de Ella nazca Jesucristo, el Hijo de Dios. Y María acepta entregarse al Espíritu de Dios, para convertirse en Madre de Dios. Al consentir libremente en ser la Madre del Salvador, autor de la gracia, en ese momento también nos concibió espiritualmente, ya que al ser la Madre de la Cabeza, que es Cristo, es Madre también de los fieles miembros del Cuerpo Místico. La Virgen es nuestra Madre, por voluntad expresa del Señor, pues Él nos la entregó, cuando estaba en la Cruz, con estas palabras: «Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu Madre» (Juan 19,26-27).
- Como mujer. El hombre nuevo dice a Dios, su Padre: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». La mujer nueva responde al ángel: «Hágase en mí según tu palabra». Como Jesús, el Hombre nuevo, María, Mujer nueva, tiene como alimento único la Voluntad del Padre. En las penas y en los sufrimientos repite como Jesús en Getsemaní: «No se haga como yo quiero, sino como quieres Tú». Y al igual que Jesús puede terminar su peregrinación terrena con las palabras inefables: «Todo se ha cumplido». Adhesión a la Voluntad de Dios que surge de la fe y del amor.