Se trata de cobrar nuevo vigor e impulso para llevar y hacer presente la gracia de Dios al volver a casa.
Las Peregrinaciones iniciaron en la Iglesia antes de la paz otorgada por el emperador Constantino en el 313, aunque aumentaron considerablemente cuando la Iglesia gozó de paz y libertad en el Imperio Romano.
Las más antiguas peregrinaciones cristianas tenían como destino Roma y Tierra Santa como a las tumbas de los mártires. La más famosa de las peregrinas de esa época fue una española de nombre Egeria, quien nos narra cómo se celebraban estas peregrinaciones en Tierra Santa en el siglo IV.
Las peregrinaciones en honor a la Bienaventurada Virgen María cobran fuerza entre los siglos V-VII principalmente en Nazareth.
Pero, no es sino hasta los siglos XIV-XVII cuando lograron su más alto esplendor y participación.
En la actualidad, la Iglesia encuentra en el Papa Juan Pablo II el modelo de los peregrinos. El nos recuerda que el cristiano es ante todo un peregrino (GS 7) y que la Iglesia misma es un pueblo peregrino (LG 8).
La Peregrinación nos ofrece la posibilidad de reencontramos con nuestra propia historia cristiana, nuestra realidad transitoria en este mundo. Pero la nota característica es la forma festiva y gozosa de estas peregrinaciones, que ha de recordarnos que nuestro peregrinar hacia Dios no debe, ni puede ser lastimoso ni triste.
Así pues, las peregrinaciones favorecen la práctica de los valores cristianos, estimulan un culto integral a Dios (ver, oír, cantar, escuchar, tocar, convivir, etc.) Nos dispone a ser agradecidos y ante todo nos recuerda nuestra común subsistencia y la necesidad de una salvación comunitaria.
Pero, la Iglesia no es la única que realiza peregrinaciones, esto también sucede entre los judíos, los musulmanes, los budistas, etc, y los valores constantes son: la purificación, la renovación y la iluminación.
Para la Iglesia, además de esto, la peregrinación cumple con un sentido social: Manifestar públicamente la pertenencia a la Iglesia y en este caso el amor y la devoción a la Virgen María de Guadalupe.
El modo de hacer una peregrinación ha variado con los siglos y con los lugares, pero básicamente ha mantenido su fisonomía. En la antigüedad se hacía así:
1. Se reunían en un lugar sagrado (Templo)
2. Escuchaban la Palabra de Dios.
3. Se instruía sobre el sentido de la peregrinación.
4. Recibían la Bendición para partir.
Nota.- Con esto se quería señalar que es precisamente la Palabra de Dios la que nos abre el camino en la vida y que la iglesia siempre es convocada y dirigida por Dios en todo momento y circunstancia.
5. Los peregrinos se ponían en camino, orando, cantando, conviviendo, conociendo.
Nota. – No se trataba de ir a encontrar a Dios, o a la Virgen o a los santos. Dios siempre está con nosotros y la intercesión de María Santísima y de los santos es constante. No, se trataba ante todo de ir a un lugar donde el peregrino, sentía de una manera en especial esa providencia, esa intercesión siempre perenne de Dios, de la Virgen, de los santos.
6. La Peregrinación, finalmente, no concluye al llegar al santuario o meta de la peregrinación y de participar en los actos de Litúrgicos o de devoción, o en firmar el libro de peregrinos, o de adquirir algunos recuerdos como estampitas, medallas, agua bendita, etc. Se trataba y debe tratarse todavía de » recargar las energías » de cobrar nuevo vigor e impulso para llevar y hacer presente la gracia de Dios al volver a casa. Entusiasmar y alegrar a los miembros de la familia, de la comunidad que no pudieron asistir. Se trata ante todo, de infamarnos en el propósito de extender el Reino de Dios, tal como lo pide el Papa Juan Pablo II: Una nueva evangelización nueva en su impulso, nueva en sus métodos, nueva en su ardor.